lunes, 14 de junio de 2010

El fútbol también retrata la desigualdad


Por Leo Aldridge
Colaboración para MAyH

La mejor ventana para asomarse a la desigualdad social y económica entre Europa y Sudamérica es un simple vistazo a los rósters de los equipos más emblemáticos de cada región: la vasta mayoría de los jugadores del Continente Viejo visten las camisetas de los clubes de su país mientras que casi todos los “sudacas” cruzan el charco, afanosos por ponerse esos mismos uniformes.

El 96.8% de los jugadores de los cuatro principales equipos de Europa juegan profesionalmente en clubes de la liga de su país de origen. De los 96 jugadores combinados que tienen las selecciones de Alemania, Italia, España e Inglaterra, sólo tres juegan fuera de su país (el arquero suplente Pepe Reina y Fernando Torres, ambos españoles del Liverpool inglés, y el también español Cesc Fábregas en el Arsenal).

En cambio, de las cinco selecciones sudamericanas – las siempre contendoras Argentina y Brasil junto con Chile, Paraguay y Uruguay– solo cerca del 20% juega en la liga de su país. Es decir, de cada cinco jugadores, sólo uno viste la camiseta de un club de su país natal y el resto milita en equipos esparcidos por Europa, donde la paga, el prestigio, la exposición y las oportunidades de crecimiento profesional son superiores.

En Argentina, por ejemplo, un jugador joven que despunta en uno de los clubes grandes allí – Boca, River o Estudiantes – rápido comienza a ser centro de especulaciones sobre a cuál equipo será vendido, en qué país y por cuánto dinero. El nombre de Messi no estaría plasmado en las camisas de miles de niños y adultos a través del mundo si no fuera porque del Barca prácticamente lo raptaron cuando apenas tenía 14 años y jugaba para Newell’s en su natal Rosario. No es que Newell’s lo despreciara, pero jamás podían competir con una estructura como la del Barca, que le dio a Messi todo lo que necesitaba en su camino – todavía ascendente – a ser el mejor jugador de todos los tiempos.

En Brasil, la liga nacional es un campo fértil para escuchas europeos en busca del próximo Ronaldinho. Y también es un cementerio donde llegan a morir las glorias del ayer ante los vítores de los suyos (Ronaldo, Rivaldo, Romario).

En Sudamérica no se respeta cabalmente a un jugador si no ha pasado al menos dos o tres temporadas en Europa. Allí es que se prueban. La liga local es casi como una finca. Y por eso la calidad de los partidos de las ligas sudamericanas, aunque revestidos de una pasión e idiosincrasia que los europeos jamás podrían emular, carecen de la calidad futbolera que una vez tenían. Y cuando aparece ese jugador que enciende la chispa de la emoción, que provoca análisis de todo tipo entre los panas en el trabajo, cuando aparece alguien así se va corriendo a la mejor oferta que aparezca en Europa.

No se puede juzgar como algo malo tampoco. El fútbol, ya lo han dicho tantas veces, es un negocio. Y la mercancía (el jugador) tiene una vida útil predeterminada que tiene que saber explotar al máximo por su propio bien. Y la ecuación es simple. En Europa hay más dinero, más prestigio, más desarrollo profesional, etc. Por eso sólo el 20% de los sudamericanos están en sus ligas y el 100% de los europeos en Europa.Debo apuntar como un híbrido extraño la situación de Holanda. Allí, el club insignia Ajax ha optado recientemente por adiestrar jugadores holandeses para exportarlos, en vez de desarrollarlos dentro del equipo. (http://www.nytimes.com/2010/06/06/magazine/06Soccer-t.html) La táctica, aunque económicamente efectiva, ha provocado virulentas críticas entre los puristas que piensan que eso no es acorde con el prestigio de un club europeo de tanta envergadura.

Por todas estas razones es que cuando un camerunés como Eto’o dice, al ser contratado por el Barca por una suma multimillonaria, que va a correr como un negro para vivir como un blanco, tiene bien claro los datos empíricos que traemos a la atención de “Mundial en arroz y habichuelas”.

Por eso es que nosotros, instintiva y visceralmente, favorecemos a un equipo africano frente a uno europeo, sin tener la más mínima idea de qué comen en cada uno ni cómo es la gente. Le vamos al de abajo. Al que tiene que irse a jugar lejos para probarse. Al que, como Eto’o, critican por decir lo que todos sabemos.

Le vamos al de abajo porque todavía nos sorprende y nos maravilla como un chamaco en el barrio más pobre de Buenos Aires puede terminar siendo el mejor jugador del mundo, hoy dirigente de Argentina, sin tener las canchas perfectas de Europa ni los programas de adiestramiento clínicos del Ajax. Le vamos al de abajo porque nos gusta pensar que, cuando uno tiene talento, disciplina y corazón, el sudaca del barrio pobre que jugaba con los zafacones como portería le puede hacer a gusto y gana una gambeta a un europeo que sale en todas las portadas de moda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario